miércoles, julio 18, 2007

SIN MIRAR

Las frías noches lejos de la gran ciudad incluso eran agradables, la tranquilidad que rondaba, lejos del ajetreo de Londres, era todo lo que siempre había deseado.

Hacía años que vivía así, había borrado de su mente todo su pasado, ésta era su vida ahora y nada podía opacar la felicidad que sentía, supuestamente.

Ahí no había molestias, no tenía que soportar la euforia provocada por las grandes bandas de rock británico que en esos años eran unos principiantes buscando un camino. La noche anterior había apagado la radio que tocaba “The march of the black queen”, puso música clásica como cada noche en que recostaba en su cama, miraba en techo en penumbras y escuchaba la música que tanto la relajaba.

Era día viernes, ya oscurecía, quería llegar a su casa antes que el sol desapareciera, aunque ya era bastante tarde y los días de otoño terminaban demasiado temprano. Después de una semana agotadora solo quería quedarse dormida, abrigada y descansar.

Desde las últimas cuadras recorridas se comenzaba a sentir cada vez más la fría brisa del atardecer, los inviernos nunca habían sido más duros en Londres. Pero algo la tenía preocupada, como si adivinara lo que estaba a punto de ocurrir. Comenzó a acelerar el paso, sentía sus pies pesados, su respiración se agitaba, sus manos sudaban bajo un par de guantes. Dobló en una esquina para tomar un atajo, fue ahí donde se percató de la sombra que la asechó todo el día. Trató de huir, pero la oscuridad de aquel callejón y el mal estado del pavimento la hizo tropezar, ni lo rápido que se puso en pie la ayudó a librarse de la lejana sombra que de pronto se abalanzó sobre ella y la inmovilizó...fue lo último que recordó antes de...

El dolor de las cuerdas que la mantenían atada y la dificultad para respirar debido al saco que le cubría por completo la cabeza, la despertó. Por el olor desagradable y el ruido de autos que sentía sobre ella supuso que estaba en alguna bodega subterránea, de pronto sintió unos pasos acercándose acompañados de un aroma extrañamente familiar. No podía hablar, gritar, moverse, la suavidad de su vestido contrastaba con la dureza de la silla y lo áspero de sus ataduras.

José se acercó a su prisionera, estudiando cada respiro, sintió al fin que tenía en sus manos todo el control. Buscó una silla, se sentó y permaneció en silencio por unos minutos, mientras la mujer trataba de soltarse, sin que esto lograra inquietar a José, por fin habló:

- “Sofía”- La mujer quedó paralizada al oírlo pronunciar ese nombre, sentía como le temblaba el cuerpo.

- “Si me hubiesen preguntado hace años si alguna vez te perdonaría, habría dicho no, pero ahora estas aquí… ¡para que sientas lo piadoso que soy!” - le gritó.

José respiró profundo, apretó su puño izquierdo, una gota de sangre cayó silenciosamente en el suelo, abrió la mano y depositó la única mirada de dulzura que le quedaba sobre un colgante de plata en forma de cruz, que con sus puntas le habían herido, la dio vuelta, tenía grabado en ella el nombre Helena, la besó y se dirigió a Sofía:

- “Por tu culpa ella no está, por tu culpa es que vivo atado a un maldito recuerdo. En una de mis manos tengo lo único que me queda de ella, y en la otra...tengo el poder de liberarla, de liberarnos y de enterrarte para que te pudras por haber nacido.”

Tomó con firmeza en su mano derecha una pistola, dispuesto a dispara con toda su ira a Sofía.

- Mi bebé, mi niñita, que sabes tu lo que es estar unido a alguien por mas que la sangre, compartir con ella todo, nacer juntos, crecer juntos, creer que cada momento de tu vida estabas destinado a vivirlo junto a ella, hasta que tu acabaste con toda nuestra felicidad.”

La calma de José desaparecía por completo y una mirada obsesiva y llena de rabia se fijaba en su prisionera. La mujer sólo podía sentir la voz violenta de José y como se acercaba a ella, haciéndola perder el control de sí misma y dejando a un lado la poca tranquilidad que le quedaba, pasando a un pánico descontrolado.

- “José detente, no puedes hacer esto, tu no sabes que en realidad...no sabes lo que está pasando, no sabes lo terrible que es esto....José...” – pensaba.

Cuando se encontraba a centímetros de distancia de Sofía, José le susurró al oído con una voz que sin haberla tocado ya la hería.

- “Hasta el sabio destino comete errores, ese día debiste desaparecer tú, no mi pequeña, debiste ser tu la que sentía en cada milímetro de su piel como se encendía hasta el alma, pero no, fue ella, me la quitaste y ella no lo merecía, yo no lo merecía. El destino cometió un error asqueroso, y para eso estoy yo aquí, para repararlo.

¿No te diste cuenta cuanto tiempo te mandé seguir? ¿No te diste cuenta del hombre que contraté para que te trajera hasta mí? ¡Aparte de ser una asesina eres estúpida!

José se acercó mas, ella sentía la ansiosa respiración que recorría su rostro cubierto.

Con un odio que jamás pensó sentir, una violencia que lo descontrolaba y la repentina ternura que el recuerdo de Helena provocó en él, besó la frente cubierta de Sofía, mientras un escalofrío recorrió a esta desde su frente a sus pies, comprendiendo que cualquier intento por zafarse sería en vano, ya era tarde.

José caminó lentamente de vuelta al otro extremo de la habitación, Sofía escuchaba cada paso, sintiendo una eternidad entre cada uno. Al fin José se detuvo, con una voz calmada y satisfecha sonrió y dijo:

- “Te perdono.”

Se giró, apuntó a Sofía y apretó el gatillo al mismo tiempo que con la otra mano apretaba el colgante de Helena.

Sofía escuchó el disparo resignada y espantada, sin poder creer que fuera real, respiró profundo tratando de acumular vida en ese último aliento antes de sentir como la bala le llegaba en el hombro izquierdo y ahogaba un grito de dolor desgarrante, aun estaba amordazada.

José caminó hacia ella.

- “Otro no”- pensó Sofía, y dentro de lo poca conciencia que le quedaba, volvió a aterrarse.

Pero José no disparó de nuevo, quiso disfrutar de la expresión de dolor de Sofía, le quitó el saco que le cubría la cabeza...

- “No...esto es...nooo...”

Sintió como se le detenía en corazón. Todo este tiempo buscando venganza, todo este tiempo deseando morir por estar junto a ella, ahora deseaba mas que nunca morir. Un escalofrío lo recorrió al darse cuenta que no era una visión, que lo que veía era tan real que lo golpeaba ante tanta estupidez y descuido.

- “¿Helena?, no puede ser, tu desapareciste, tu me dejaste solo”

Le quitó de la boca la mordaza y ya casi sin energías, Helena gritó, no solo por el dolor de la bala, si no por lo horrible que les estaba pasando. Al fin pudo decir lo que tanto esperaba.

- "José, ¿qué hiciste? Soy yo, cómo pudiste, nunca pensé que terminaría así" – Helena sacó fuerzas que ya se le acababan- "De haber sabido en lo que te ibas a convertir, nunca me habría ido de aquí."

José lloraba sin saber si era por rabia, por dolor o alegría de volver a ver a Helena.

- "¿Por qué me mentiste?, por qué me dejaste solo, por qué te trajeron a ti y no a Sofía, ella debía estar ahí herida, no tu, no quería, no podría lastimarte, tu eras todo, tu eres todo."

Helena escuchaba horrorizada como su hermano se convertía en un mounstro ante sus ojos.

- "Necesitaba desaparecer de tu vida para poder vivir la mía, me asfixiabas, pero no hablé porque no quería lastimarte, y resulta que ahora la que está herida soy yo."

José caminó en círculos alrededor de Helena pensativo y desesperado, no la escuchaba, Helena le pedía que la ayudara con una voz cada vez más débil. Se detuvo, miró a su hermana, tomó el pañuelo con el que la habían amordazado y le vendó los ojos, ella lo miró por última vez, sin encontrar al dulce joven que había visto hace tantos años, fue su última mirada antes de volver a ver todo negro.

José se paró frente a Helena, le aflojó las ataduras sin quitárselas completamente. Respiró profundo, tratando de detener el temblor de su mano derecha, mientras con la izquierda aun apretaba el colgante de su hermana.

- “Perdóname Helena.”

Se escuchó un disparo y un golpe en el suelo. Helena ya no gritó, sentía más fuerte la herida de su hombro mientras intentaba desatarse, hasta que lo logró, luego se quitó la venda de los ojos y vio el cuerpo de su hermano tirado en el suelo, cubierto de sangre. Después de intentar asimilar que no era su imaginación lo que veía, trató de pararse de la silla, pero no podía más, cayó al suelo junto a él y sintió como de a poco perdía el control de sus movimientos, solo respiraba, ya no lloraba, de a poco no sentía dolor, solo respiraba, solo estaba ahí tirada, sintiendo que moría al lado de quien nació a su lado.

Pensaba en que podía haber muerto también Sofía, pero que esto era algo entre José y ella, entendió que ahora ya nada de lo que pudo ser o no importaba, ya no importaba que ella no fuera quien debía estar ahí, o tal vez si. Ella no era Sofía, no era José, una estaba viva, el otro estaba muerto, y ella estaba en medio de los dos, en media de algo que no sabía que era, ni por qué pasaba, estaba dejando de ser, estaba ahí tirada sin fuerza ni ganas de luchar por salir, estaba ahí esperando vivir o morir.


By Katabrecteri

4 comentarios:

Anónimo dijo...

madre......ai lov yu...

Nikole W dijo...

nikole la copiona =P

vease blog de nikole

ConYsin dijo...

O_O

me encantó. Escribe más, Roco, y yo te seguiré leyendo! x'D

CoOn

ConYsin dijo...

RoCo!
enséñame a agregar favoritos >.<

soy nueva en esto!